Trasfondo[]
Belona, la diosa de la Guerra, no tuvo tiempo para construir imperios o reunir devotos. Ella favorece solamente a aquellos para quienes la guerra es la vida; entre ellos es donde ella toma fuerza –no en las bendecidas basílicas o en las oraciones, sino en el lodo bañado en sangre; entre las agotadas tropas armadas, en el rugido de victoria.
Cuando Roma era joven, Belona corrió con sus ejércitos, conquistó sus enemigos, se hizo fuerte. A medida que Roma envejeció y empezó a desmoronarse, Belona peleó sólo con su devoto más fuerte y astuto; Lucius Cornelius Sulla.
Sulla subió en los escalafones por lograr actos imposibles de heroísmo y despiadado poder. Sus enemigos le temían, sus soldados lo amaban y a donde quiera que fuera, Belona cabalgaba con él. Juntos sometieron a las hordas germánicas, arruinaron la guerra social, saquearon Atenas. Sulla era totalmente invencible gracias al poder de la diosa de la guerra.
Pero el senado Romano se encargó de desplazar a Sulla y así terminó su gloria.
Belona le susurró a Sulla persuasivamente: “Marcha hacia Roma y ascenderás como nadie.” Animado, Sulla comandó sus legiones y se apoderó de las calles de la ciudad, sacrificando a los esclavos gladiadores que econtraba a su paso. El senado colapsó. Lanzaron su voto y Sulla se convirtió en el primer dictador vitalicio de Roma.
Durante el reinado de Sulla, Ballona fue adorada por lo que representaba como diosa. Pero Sulla envejeció. Sus guerras terminaron. Belona siguió su paso y Roma olvidó.
Pero los olvidados todavía existen. Los dioses entran en un conflicto titánico. Es en la guerra en el escenario en que ella prospera. Nadie olvidará a Belona, la diosa de la guerra de este tiempo.
Habilidades[]